A mí me empacha, por ejemplo, el activismo de Sean Penn, tan cercano a
la ideología chavista que acude al entierro del líder con el chándal
rojo. También me irritaba, aunque de otra manera, la bondad de Angelina
Jolie, su incontenible necesidad de adoptar criaturas de aquellos países
en desgracia que visitaba. Me parecía extraordinaria la facilidad con
que ella parecía conseguirlo, cuando el proceso para los padres
adoptantes está tan lleno de obstáculos. Ha sido, sin embargo, con el
artículo con que ha dado a conocer la doble mastectomía a la que se ha
sometido cuando he empezado a creer en su sincera generosidad. Un amigo,
al que no tengo por poco compasivo, sino más bien al contrario, me
dijo: “¡Y a mí qué me importa lo que esta mujer haga con su cuerpo!”.
Dado que es más joven que yo, entiendo que no ha podido ser testigo del
estigma que marcaba a las mujeres que se habían sometido a la
extirpación de un pecho. Recuerdo la lástima que despertaban, una
lástima que rozaba la humillación por cuanto el asunto era tabú, y la
mujer era considerada, sin ninguna duda, menos mujer. Desde que se
empezó a hablar abiertamente del cáncer de mama ha habido una serie de
campañas o de expresiones artísticas para romper el silencio; iban de
las más crudas, que mostraban sin reparos la desgarradora huella de la
extirpación, a las que idealizan el proceso de la enfermedad hasta
convertirla en una experiencia necesaria para alcanzar una especie de
estado espiritual superior.
Que en ese contexto haya una mujer, icónica por su belleza física,
que haya expresado sin tapujos que hay vida después de la mastectomía me
parece elogiable. A mí sí me importa que alguien cuya imagen traspasa
fronteras confiese que sus pechos no son del todo suyos, pero que su
vida sentimental o artística puede seguir adelante. No fue menos
importante cuando el actor Rock Hudson hizo pública su enfermedad de
sida. Son gestos que requieren valor por parte de quien los protagoniza,
porque lo que se pone al servicio de una causa no es el dinero o la
ideología, sino una vulnerabilidad real. Es posible que esta confesión
traiga consigo un aumento de las demandas del examen genético, no
necesario si no hay antecedentes familiares claros. Pero ofrecerá un
panorama esperanzador a las mujeres que se vean en una situación que
hasta hace nada las castraba de por vida.
He podido ver esos pechos reconstruidos en una amiga y, como ha
escrito Jolie, “los resultados pueden ser hermosos”. Más aún la
posibilidad de acompañar a tus hijos en la vida el mayor tiempo posible.
Cuando tienes cerca alguien querido que ha pasado por este proceso, más
complicado y costoso de lo que cuenta un artículo que trata de
contagiar cierto optimismo; cuando esa operación tiene la cara de una
amiga y has escuchado el relato de su fragilidad, sientes más respeto
por la mujer célebre que se ha atrevido a mostrar sus cicatrices y a
decir, aun sin decirlo, que puede seguir siendo deseable.
De la columna de Elvira Lindo en la sección de opinión de El País del pasado 26 de mayo.