Ignacio Salas salía en televisión cuando yo era niña. Cuando yo era niña lo admiraba por esa gracia tan característica de su lengua, a veces bífida y muchas veces ocurrente. Era la televisión de locura ochentera: novedosa, atrevida, fresca, ilusionada e ilusionante, ingenua. Era la televisión que recuerdo con cariño y a la que echo de menos, sabiendo que no regresará nunca así, como no regresa la inocencia al cuerpo adulto y ya somos todos muy adultos para inocencias televisivas. Porque no somos los mismos, porque nunca volveremos a ser los mismos y lo asumimos, no sin tristeza y resignación.
¿Qué decir de David Bowie? Ahora ya no podré verlo en directo y lloro por ello. Se nos van los monstruos de los ochenta y más. Bowie, animal hermoso al que no me hubiese importado acariciar.
Buen despegue y aterrizaje. A todos los muertos que, de alguna manera, seguirán vivos para siempre.