A Carlos Sobera no lo soportaba en televisión hasta ahora; el momento en el que ha aportado, con indudable acierto, un pedazo corazoncito a nuestra caja tonta y a nuestra vida.
Tendrá sus fallos el programa, pero hay que reconocerle el mérito. Cuando hablo de fallos, me refiero, sobre todo, a las sobreactuaciones de sus protagonistas, buscadores de amor a toda costa. O de lo que haga falta, claro...
Sobran, desde mi punto de vista, los momentos poco creíbles. Y faltan los suavemente naturales, los que se confundirían con realidad en un restaurante cualquiera de cualquier ciudad.
Pero quedémonos con la esencia del programa, o lo que quiero ver yo como esencia; hay muchas soledades deseosas de caricias ahí fuera. Personas que valen su peso en oro y no encuentran esa agarradera de la vida para asirse en momentos dulces y no tan dulces. Si lo pensamos, es difícil encontrar ese amor ansiado. Más, cuando se advierte desesperación, desesperanza por "atoparlo". La edad lo complica aún más todo porque ya venimos con mochila a la espalda. Y no sólo mochila física, por supuesto. La vida, lo sabemos, nos carga de mochilas, que debemos aprender a relativizar de alguna manera, para que no nos condicionen el viaje.
Está claro que, con predisposición, todo se encuentra más fácilmente. Una predisposición positiva, amable, sensual si se tercia, y generosa. Después de todo, el amor es compartir, facilitar la vida al otro, aportar y no destruir.
Sin amor no podemos vivir. Pero el amor no sólo debe traducirse en pareja, aunque a nadie le amarga un dulce si esa pareja cumple requisitos. No lo vamos a negar porque estaríamos engañándonos a nosotros mismos.
El ser humano no ha nacido para estar solo. Bien lo sabemos todos. Carlos Sobera y su equipo también.
Felicidades.