
Una noche, recién llegada a esta ciudad compostelana, descubrí entre unos arbustos un edificio que llamó mi atención por su ubicación, por su estado, por su magia a pesar de tratarse de una especie de nave sin mayores pretensiones.
Me fijé mejor y allí, a la luz de una generosa luna que le ofrecía una ligera belleza misteriosa, aparecían las letras que fácilmente desnudaban el pasado de esta vieja construcción, actualmente en ruinas. Se trata de lo que queda del antiguo cine Avenida, que antes de denominarse así se llamaba Rayola y en un principio albergó una fábrica.
Como todos los cines, ha tenido una vida romántica, guerrera, pasional, peligrosa, dramática, dulce a veces... aunque sólo sea por lo que ha enseñado a través de su pantalla a aquellos vecinos que aun lo recuerdan con cariño desde sus comienzos.
Nació en 1950 y, como casi todo en esta vida, tuvo épocas buenas y no tan buenas, convirtiéndose en una sala X antes de desaparecer para siempre. En 1989 llegó la redacción del Plan Xeral de Ordenación Urbana y una década después de su aprobación cerró sus puertas definitivamente. Ya no había lugar para los cines en la zona, que buscaba ahora horizontes más cercanos a la frialdad de las salas de los grandes centros comerciales
(reconozco que soy una nostálgica).
El edificio sufrió un incendio en 2005, quizá provocado por los que lo habitaban para cobijarse del clima duro de Santiago cuando ya no había taquillas. Actualmente se encuentra rodeado de maleza; una maleza que bajo la luz de las estrellas se convierte en un bello traje para quien algún día fue alguien.
Incluso, dicen que los restos de butacas siguen dando fe de lo que fue en otros momentos más dorados...