Ya sabemos cómo es la televisión. Ya sabemos que prima el espectáculo sobre todas las cosas (úsease, la forma frente al fondo). Ya sabemos también que somos seres manipulables hasta la saciedad, aunque nos creamos muy listos y muy bien informados. Lo peor de todo, es que les estamos dejando el juego muy fácil a los dirigentes de masas; ya sean políticos, banqueros o lo que denominamos con gracia y salero "personas poderosas e influyentes", que finalmente son las que verdaderamente planifican y ejecutan los cotarros a su antojo. Terminamos enfrentados unos con otros, que es lo que se busca. Lo hacemos, evidentemente, fenomenal.
Es obvio que Pablo Iglesias dio mucho juego en su momento, sobre todo a nivel televisivo. Por su ingenuidad con coleta, su ceño fruncido y su desparpajo ante lugares en los que anteriormente nadie se atrevía a decir otra cosa que no fuese la de siempre. Por si bajaba el peso del bolsillo, más que nada. Por "respeto" también. Supongo que es lo normal por esos lares de a mil euros el minuto de silencio o el minuto de "sí, bwana". ¿Para qué complicarse?
Pero, claro, a Pablo se le fue acabando el tiempo; un tiempo ya programado previamente para él y su Podemos. Es aquí donde el silencioso e, incluso sosete, Albert Rivera, al que llaman "El yerno perfecto" (y eso me da cierto pánico) toma el turno de palabra. Vaya si lo toma, que ni debajo del agua se calla este chico. Un turno, también previamente concedido desde los despachos ovales interesados.
Efectivamente, nada es casualidad en esto de los medios. De repente, el éxito arrollador del discurso populista de Pablo Iglesias ha dejado de escucharse. Ahora, como si hubiese un entusiasmo tremendo en la calle, parece que Rivera apunta hacia Moncloa con fuerza. Disculpen mi falta de ilusión pero es que no lo veo. No lo creo tampoco. Es una sensación personal, claro. Una sensación que comparto y nada más.
Lo subo y lo bajo cuando me da la gana, y tú, pobre ignorante, bailas al son que tocamos con nuestras manos hasta el depósito de la papeleta. Después ya se verá. Después, otro circo en el que las boquitas insolentes darán pistas sin apenas pretenderlo.
Respecto al debate de Salvados, lo vi porque tenía una ligera curiosidad aunque no es, ni mucho menos, esa curiosidad inmensa e ilusionante que teníamos casi todos cuando los primeros debates de la televisión comenzaron a existir. Ese concepto viejuno de la política tenía su gracia, su seriedad al menos; esa imagen distante y fría que provocaba un dulce misterio y que ahora se intenta eliminar con políticos de metro y bici. Quizá, sólo éramos diferentes nosotros y nuestra percepción sobre lo mismo era otra percepción. Eso también puede ser...
En resumidas cuentas...vi a un Pablo cansado, desganado. No se molestó ni en preparar el discurso de turno, que no precisaba de grandes profundidades, dado el formato. Vi a un Rivera más espabilado y con un discurso aprendido aunque sin gran peso tampoco. ¿Para qué? La televisión no busca eso. La televisión busca espectáculo aunque, en este caso, fue apagadillo por la desgana de Iglesias principalmente. Tristeza, quizá. Cansancio, seguro.
Conclusión: Si no tuviese NADA que perder, yo, incluso, me plantearía votar a Iglesias a pesar de la pobreza de su discurso. No dudo de sus buenas intenciones, la verdad. Creo que, en el fondo, casi todos los "mareantes" las tienen, a pesar de lo que pueda parecer. El problema más gordo: la falta de conocimiento, que es mucha falta. Pero, sin tener nada que perder, pues ¿qué queréis que os diga?
Respecto a Rivera...Rivera me escama.