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12 de marzo de 2013

Cuadros acogedores

Samuel Halpert-Through the window, 1918

Hay cuadros que me llevaría puestos. Los colgaría en la pared de la habitación y no me cansaría de mirarlos. No sé los criterios que sigo para elegirlos; me dejo llevar simplemente. Algunos son, incluso, tenebrosos, oscuros. Otros, acogedores, sencillos, alegres, eróticos a veces...
Éste, en concreto, me ha encantado. Supongo que influye ese amor confesable por las ventanas.

¿Qué tendrán las ventanas?




Esta extraña tarde,
Desde mi ventana,
Trae la brisa vieja
De por la mañana.
No hay nada aquí:
Sólo unos días que se aprestan a pasar,
Sólo una tarde en que se puede respirar
Un diminuto instante inmenso en el vivir.
Después mirar la realidad y nada más.
Y nada más.
Ahora me parece
Que hubiera vivido
Un caudal de siglos
Por viejos caminos.
No hay nada aquí:
Sólo unos días que se aprestan a pasar,
Sólo una tarde en que se puede respirar
Un diminuto instante inmenso en el vivir.
Después mirar la realidad y nada más.
Y nada más.

28 de septiembre de 2011

¿De quién son esas piernas?...


Ya os había dicho que Campurriana tiene cierta debilidad por las ventanas. No es que sea cotilla ni mucho menos. Incluso, creo que podría considerarse un pecado venial de lo más romántico por los frutos que conlleva esta sana curiosidad, que libra muchas veces del aburrimiento de un paseo nocturno a pie de calle desierta. No le interesan las vidas de conocidos; le gusta imaginar vidas de desconocidos, que muestran parte de sus secretos a través de esas miradas al mundo exterior de miles de mundos interiores que habitan entre las paredes de una casa.

En esta ocasión, ocurrió en Amsterdam.

23 de octubre de 2010

En el barrio rojo de Amsterdam...


El color rojo brillaba cerca de la vieja iglesia, rodeándola con descaro. Un hombre de mediana edad negociaba el precio con una joven asiática que mostraba su hermoso cuerpo a través del cristal. 50 euros, acerté a escuchar mientras paseaba cerca de las ventanas que daban a los camastros cubiertos por toallas, a las habitaciones decoradas con alfombras de zapatos de tacón tirados por las esquinas, de vestidos utilizados en un momento anterior o posterior al negocio, de cremas reafirmantes, geles íntimos de baño, cepillos de pelo, gorros de ducha...Allí estaban todas ellas insinuándose a los turistas que las miraban con admiración, con lástima, con incredulidad, con recelo. Y yo, mientras tanto, me preguntaba si serían felices, si realmente merecía la pena vivir de este modo...

9 de septiembre de 2010

Y soñaba con bicicletas...

Una vez subida a mi bicicleta, las calles se convertían en divertidos toboganes que volaban cerca de todos y cada uno de los canales que bañaban la ciudad del agua. Sorteaba, a veces no sin dificultad, a los turistas despistados, a las motos que se cruzaban en mi camino en sentido contrario, a los coches que giraban por sorpresa en alguna de las curvas doradas del viejo Amsterdam. Todo olía a especias, a porros, a espectáculos rojos, a muchedumbres en la búsqueda del placer prohibido, a las pinceladas de los artistas que se cobijaron tras las fachadas de las hermosas casas de cuento, a los hogares que se mostraban sin pudor a través de los cristales de las ventanas más transparentes. Seguía paseando las calles sobre mi sillín floreado y no me detenía nunca. No quería detenerme.

11 de mayo de 2010

Fotografías que me gustaron...

Fuente de la fotografía: Picasa

Hay fotografías que me atraen y no sé explicar muy bien cuál es el motivo de dicha atracción. Me quedo embobada mirándolas fijamente. Me introduzco en la historia que transcurre en este escenario lúgubre, casi tenebroso por la soledad que transmite. Observo las miles y miles de ventanas que nos muestran sus vidas interiores, sus miedos, sus momentos de intimidad más absoluta. En una de ellas también habitamos nosotros con una vida que enseñamos a los demás sin apenas darnos cuenta. En el interior de una gran ciudad todo se sabe; no lo olvidemos.

17 de septiembre de 2008

Una confesión campurriana...

Fuente de la fotografía: Galería de Paula Aravena Bouyer

A Campurriana, cuando pasea de noche por la ciudad, le encanta mirar hacia arriba y fijarse en las fachadas de los edificios. A través de la luz, uno puede imaginar historias, puede disfrutar de ambientes realmente acogedores, realmente bellos...
En definitiva, observar la vida de la ciudad desde el suelo, la vida de estas grandes colmenas que habitamos casi sin darnos cuenta...

24 de julio de 2008

El viajero de las ventanas se llama mirada

Una frontera es una línea que separa dos territorios, dos cosas o dos estados diferentes. Cruzar una frontera significa dejar un tiempo y comenzar otro, pisar algo que se acaba y algo que empieza. Pensamos en las fronteras cuando viajamos, cuando pasamos de un país a otro, cuando enseñamos nuestro pasaporte para poder entrar en una sociedad distinta, tal vez con otra lengua, otra moneda, otra religión, otros horarios para comer y otras costumbres. Las ventanas son también una frontera, y por eso están sometidas a las cosas separadas por la palabra otro. Las ventanas separan el interior y el exterior, la vida privada y la vida pública, el ámbito doméstico y la calle, el domicilio particular y la naturaleza.
El viajero de las ventanas se llama mirada.

Fragmento del texto escrito por Luís García Montero "Muchacha en la ventana", que acompaña a la edición del póster motivo del programa "Una entre 571", organizado por el Departamento de Educación del MNCARS el pasado 18 de mayo de 2007 , por la celebración del Día Internacional del Museo.

Esos días estuve por Madrid y decidí ir al Reina Sofía para pasar una mañana entre cuadros y entre arte. A la entrada del museo, me enteré de que se iba a realizar la elección de la obra que daría continuidad a la colección de pósteres sobre la colección permanente, iniciada un año antes con Guernica. Historia de un cuadro. Los participantes teníamos que decidirnos por una, describir lo que sentíamos frente a ella en aquellas escasas líneas de papel e introducir la papeleta en los buzones transparentes.
Me entusiasmó la idea y de repente me vi dentro de las salas como una niña que tiene que elegir entre mil piruletas de hermosos colores y sabores ¡y sólo una!...

Finalmente, después de un café tranquilo con el periódico del día y el recuerdo del paseo, me decidí por esta obra que esta vez no pudo ser la elegida:


Hace unos días recibí la lámina. Fueron 2.500 personas las que participamos y, entre 571 obras de la colección permanente expuestas en aquel momento, resultó elegida por mayoría Muchacha en la ventana, de Salvador Dalí. Felicidades.