"Y de una vuelta entera, la soltó y la obligó a que se luciera marcando el ritmo sola, conminándola a que moviera con entusiasmo el esqueleto. Pero la Niña Cuca no podía, porque era la única vez que ella se había atrevido a bailar con alguien tan experto en color y sabor local. En realidad, nunca antes había bailado. Y hasta ahí, lo que había hecho era llenarle de pisotones los zapatos de dos tonos a su compañero.
Ahora, suelta, apenas podía controlar su cintura, perdía el equilibrio, ninguno de sus movimientos era acompasado, su cuerpo se tambaleaba como un flan sin molde en un plato llano. Él se dio cuenta de que ella era zurda para el baile, y tomándola ligeramente por la cinturita de avispa, con la yema de los dedos, fue maniobrando el cuerpo de la muchacha, corrigiendo los pasillos, coordinando el meneo de las caderas, mostrándole cómo acentuar el garbo de los hombros. Y como buena aprendiz de sandunguera, Cuquita en seguida le cogió el tumbao, se le fue por encima del nivel, y de buenas a primeras, salió al mismo centro de la pista, desaguatada, descoyuntada, como si hubiera vivido del meneo toda su existencia."
Zoé Valdés
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