14 de febrero de 2009

Revolutionary Road

Momentos después de ver la película, me encontraba en los baños del centro comercial escuchando un interesante debate de la historia que acababa de ver, de sufrir, de disfrutar. Y es que a veces tras los ruidos de las cisternas se escuchan trocitos de vida interesantes, comentarios que enriquecen a uno a pesar de haberse pensado una y mil veces anteriormente en una vida que se centra en cuatro temas machacados hasta la saciedad, pero al fin y al cabo simplemente los cuatro temas que nos interesan a todos, nos han interesado y nos seguirán interesando, por lo influyentes que son en nuestras existencias convertidas en algo casi intemporal si nos centramos en lo básico y en lo realmente importante.

No había leído ni escuchado nada acerca de esta película ni pretendía hacerlo. Simplemente me atrajo la idea de ver a dos monstruos juntos, a dos monstruos de una interpretación magnífica que sigue creciendo con el paso de los años y de las cicatrices de la vida por muchos focos que les alumbren. Leonardo DiCaprio y Kate Winslet eran los dos únicos motivos que me impulsaron a acercarme al patio de butacas. Sus trabajos cercanos ya a papeles de teatro intimista no me decepcionaron en absoluto. Ayudaba también, y debo añadirlo, la dirección de Sam Mendes, aunque la sola presencia de ambos actores era suficiente. Más que suficiente.

Y se apagaron las luces. Comenzaba la función en la que la vida pasaba a ser la protagonista principal. La vida que se esconde tras las casas que se encienden y se apagan cada día como ilusiones que vienen y que van. Un matrimonio que no deja de quererse nunca a pesar de todo, unas expectativas que se nublan con el paso del tiempo, con la aterradora mediocridad de quienes soñaron ser alguien. Los errores cometidos y por cometer, los hijos, la familia, la libertad, las ataduras, la locura cuerda o la cuerda locura, la insatisfacción, el miedo, el paso del tiempo y de los días que se atropellan, el amor y su cercanía con el odio, la profunda tristeza...

Se tocan muchos temas punzantes en esta película. Temas que conservamos, aun en cierta manera, como asignaturas pendientes en una sociedad que no aprende a valorar lo más importante. Una sociedad que se centra todavía en lo que se ve y en lo que se toca, no en lo que se siente. El papel de las mujeres de los años cuarenta o cincuenta que permanecían en casa con su drama personal por las ilusiones aparcadas o retiradas para siempre; el papel de unos hombres que en algún momento habían soñado y que por circunstancias, en muchos casos inevitables, se ven avocados a una rutina diaria que les obliga a formar parte de la masa gris que sube y baja de los trenes, como pieza del rompecabezas de un país que lucha por emerger; la hipocresía de los que nos rodean; las envidias, las infidelidades, las frustraciones. El temor a no haber arriesgado nunca por conseguir unos sueños quizá inalcanzables, infantiles, utópicos.

La película es muy dura y también muy recomendable desde mi punto de vista. El punto de vista de alguien que va al cine a ver realidades más que ficciones y pasteles demasiado edulcorados. Todo hay que decirlo por si las moscas.

1 comentario:

Campurriana dijo...

Me acabo de dar cuenta de que hoy es el día de los enamorados...

Menudo papelón de entrada para este día tan edulcorado comercialmente.
:)