5 de abril de 2009

La Casa del Hombre (La Domus)

Fuente de la fotografía: Flickr

Si hay algo especial en esta ciudad, es la maravillosa cercanía de la naturaleza a los bordes del panorama duro del asfalto y los edificios de colmenas en los que nos hemos empeñado en vivir algunos. Pero hay edificios que bailan con el mar en forma de velas de pizarra que lucen de diferentes colores según el color del cielo y del agua, con frescos o cálidos reflejos que enriquecen esa costa que sobrevive en paisajes contradictorios. Uno de ellos es La Domus, como se le conoce por estas tierras coruñesas. Desde las playas de Riazor y el Orzán podemos observar como no desentona con las olas que bañan el centro. En sus entrañas se esconde un museo al que hace bastante tiempo que no voy y no recuerdo con especial cariño por la dejadez de sus instalaciones y actividades. Todos sabemos que las entrañas a veces se descuidan por no ser demasiado importantes para los que sólo ven con ojos de poeta soñador desde la toalla de arena.

En realidad esta entrada había nacido para otros menesteres pero ya sabéis que Campurriana se sumerge en diferentes pensamientos que la alejan o acercan al camino principal según vengan los vientos.

La pasada noche fuimos a cenar al restaurante que habita en este bello lugar, un sitio que se rodea de ventanales desde los que se ve La Coruña, sus playas que la acarician, las rocas, la costa, el Monte de San Pedro como defensa con sus cañones y su tremenda belleza, el cielo y las luces. Era de noche y quizá ése fue nuestro primer error. Después de verlo aconsejo a los comensales en potencia que se acerquen con las luces del día y elijan uno de esos reservados para disfrutar con un grupo de escogidos amigos una jornada gastronómica con sabor a mar. Mi intención no es hacer duras críticas del sitio sino aconsejar en este tiempo de servicios devaluados en el que la crisis debería pegar un puñetazo en la mesa para recordar que los clientes no son tontos ni mucho menos. Si uno se acerca a la cadena rápida de bocatas que se encuentra al lado del cine de un centro comercial, sabe ya de antemano que el dinero que va a pagar no incluye determinados servicios mimados, pero si uno decide celebrar un día especial en un restaurante que presume de estar en la preciada lista, el servicio esperado, obviamente, no es el mismo.

Si hay algo de lo que se peca últimamente en muchos de estos sitios es la rapidez con la que se quitan y ponen platos sobre la mesa, sin esperar siquiera a que uno haya terminado de degustar el aperitivo de bienvenida. Uno se acerca allí para pasar una jornada agradable y un baile de diferentes camareros comienzan la carrera de forma descoordinada, se atropellan, no preguntan y suponen, mientras las ventanas empañadas y un tanto sucias no dejan ver la vista que se esconde tras ellas. Eso no puede ser, señores. No pueden permitirse en un sitio como éste tener camareros inexpertos sin un control de alguien que sepa, de alguien que les intente explicar al menos el difícilmente explicable sentido común, tan poco común en todo lo que nos rodea últimamente...

Pero no quiero terminar con palabras desagradables porque la cocina a mí me gustó y también el sitio a pesar de la deficiente y fría iluminación, que puede ser fácilmente mejorable con un poco de empeño (de ahí mi recomendación de acudir de día en lugar de elegir la noche para cenar hasta que se decida subsanar este aspecto). Quizá regrese cuando pase algún tiempo...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me encanta la angulacion de esta toma :)

Saludos!

Sach.