Hay historias que superan lo narrado en cualquier novela. La vida siempre tiene más matices que la ficción. Un conocido director de orquesta inglés, Edward Downes, de 85 años, y su mujer, Joan, de 74 años, viajaron a Suiza en compañía de sus dos hijos para suicidarse. Él estaba ciego y casi sordo y, desde hace 54 años, su pareja, que fue bailarina, lo había sido todo para él. Desde que empezó a perder la luz de sus ojos, era ella quien lo acompañaba hasta el escenario entre los violines. Pero como la vida no golpea solo una vez, ahora le habían diagnosticado a ella un cáncer terminal. Sumadas las dos desgracias, decidieron viajar a Suiza, donde está permitido el suicido asistido. Les dieron en un clínica la poción fatal de un fuerte sedante que les condujo de la mano al adiós. No son los primeros ingleses que viajan al país de los lagos para tener ese final. Ahora si la Fiscalía de la Corona quiere, puede procesar a sus hijos por acompañarlos con el objetivo de encontrar la muerte, con lo cual se enfrentarían a catorce años de cárcel. Hasta la fecha, la Fiscalía siempre ha decidido mirar hacia otro lado. Pero, como sucedió en Galicia con Sampedro, el debate se ha reavivado. ¿Tenemos derecho a decidir el instante de nuestra muerte si estamos en plenitud de facultades mentales? ¿Si no elegimos nacer, podemos elegir morir? La vida sin vida solo es un túnel que invita a apagar la luz si tu propia mano llega al interruptor.
César Casal en la Voz de Galicia (18/07/09)
18 de julio de 2009
La vida sin vida
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Los anónimos han venido en forma de spam solamente, durante estos últimos meses. Me veo obligada, por lo tanto, a bloquearlos.
Siento que tenga que ser así.
Gracias.