2 de marzo de 2010

Y sigo con las noticias del día...


Esta vez le toca el turno a un artículo de El Mundo sobre la psicología del paro. A ver qué os parece...

Tener o no tener trabajo, esa es la cuestión. Su solución, como la de todo dilema humano, está en nuestro cerebro. Cierto es que existen la Economía, la Política y los Mercados, fuerzas poderosas que nos arremolinan como hojas en un huracán. Pero el ser humano está construido para sobrevivir e incluso crecer en las peores crisis. El paro tiene efectos psicológicos graves e incapacitantes, que difieren según la edad y otras circunstancias y que pueden superarse con la tecnología apropiada. El Dr. Luis de Rivera, catedrático de Psiquiatría y director del Instituto de Psicoterapia e Investigación Psicosomática de Madrid, discutirá en tres artículos sobre estos aspectos.

La necesidad de trabajar.

Todo iba bien hasta que Dios dijo al hombre: "Ganarás el pan con el sudor de tu frente". Adán y Eva fueron los primeros parados, y es una pena que sepamos tan poco sobre cómo salieron adelante, aunque si que sabemos que tuvieron muchos problemas, sobre todo, con la educación de sus hijos.

Naturalmente, yo no creo que esto sucediera exactamente así, pero la historia me parece apropiada para poner las cosas en su sitio: el trabajo es un castigo. Sería mucho mejor poder vivir sin trabajar, pero, desgraciadamente, a la mayoría de nosotros no nos queda otro remedio.

La primera razón para el esfuerzo sistemático remunerado es la necesidad económica. El trabajo es una invención humana, una muestra más de nuestra capacidad creadora y también de nuestra desconfianza de que la Naturaleza se ocupará de nosotros porque sí.

Ningún animal trabaja, a menos que se le obligue a ello. Las hormigas y las abejas no son una excepción, porque su programa genético no les deja otra opción. Los esclavos de la Antigüedad eran tratados como animales domésticos, y gracias a ellos pudieron los ciudadanos griegos crear en su ocio la filosofía y la democracia.

Todavía en la España del Siglo de Oro era la holganza señal de nobleza. Cualquier hidalgo bien nacido prefería morirse de hambre, antes que mancharse con un arado o ponerse a vender baratijas. Gracias a esta idea conquistamos América, evangelizamos a medio mundo y logramos hacer el ridículo, perdiéndolo todo a manos de mercaderes extranjeros.

La idea de que el trabajo dignifica es relativamente reciente, originada, sorprendentemente, en los enfrentamientos de Lutero con el Papa. Según la ética protestante, la riqueza obtenida por el trabajo garantiza la salvación en la otra vida. Así fue como alemanes, holandeses e ingleses acabaron quedándose con todo nuestro oro.

Estructurar el tiempo

Ahora, tener un buen trabajo es señal de que uno es importante, y por eso todos los padres quieren que sus hijos estudien. El puesto de trabajo, lo mismo que los títulos académicos, confieren identidad. Ser abogado, electricista o analista financiero es ser alguien, lo mismo que ser empleado de Telefónica, de cualquier multinacional o, no digamos ya, de la Administración del Estado.

Trabajar es, además, una manera fácil de estructurar el tiempo, cosa que no todo el mundo sabe hacer. Muchos parados y jubilados se mueren de aburrimiento, algunos literalmente. Otros caen en pasatiempos peligrosos, como drogarse, emborracharse o consumirse en la envidia a los más privilegiados.

Finalmente, la actividad laboral y el lugar en que se desarrolla son fuente de contactos y relaciones sociales. Son muchos los que se casan con compañeros de trabajo, o, por lo menos, comparten con ellos experiencias interesantes. La angustia económica, la depresión, la baja autoestima, las tendencias autodestructivas, el rencor social y la soledad son algunas de las consecuencias psicológicas del paro. De todas ellas, sólo la primera es relativamente razonable. Todas las demás son innecesarias y revelan una mala gestión del potencial psicológico personal.

1 comentario:

Campurriana dijo...

Me quedo con este fragmento del artículo:

"La angustia económica, la depresión, la baja autoestima, las tendencias autodestructivas, el rencor social y la soledad son algunas de las consecuencias psicológicas del paro. De todas ellas, sólo la primera es relativamente razonable. Todas las demás son innecesarias y revelan una mala gestión del potencial psicológico personal".

Creo que esconde una realidad que no me había planteado hasta ahora.