
El hombre comprendió entonces, como en una revelación, lo absurdo de su proyecto y volvió a casa en avión. Desde entonces no encontraba placer en nada, no era capaz de fijarse objetivos ni de ilusionarse con nuevos propósitos. Le pedí que tratara de imaginar que Dostoievski y Flaubert se encontraban (al modo en que él se había cruzado con el del patinete) cuando uno trataba de escribir El idiota y, el otro, Madame Bovary. ¿Habrían sentido la misma sensación de absurdo? Quizá sí, me respondió, pues en el fondo no es más disparatado pretender cruzar Canadá en bici que intentar escribir una obra maestra. Le contesté que merecía estar deprimido y eso fue todo, porque dejamos de escribirnos.
Juan José Millás. Artículo de El País "Una depresión merecida".
Ya sabías que la imagen que has elegido me iba a encantar verdad? :))
ResponderEliminar¿Cómo lo sabe usted?...
ResponderEliminarDedicado a todas las Raiñas que se precien.
:)