28 de octubre de 2007

En el vagón


El miércoles de la semana pasada, un joven universitario que caminaba por la avenida de los Naranjos, en Valencia, vio a un hombre que increpaba a una chica. Acudió en auxilio de la mujer, pero recibió un puñetazo que lo tumbó en la acera sin mediar más palabras. Allí quedó tirado e inmóvil con una conmoción cerebral y policontusiones, hasta que una ambulancia lo trasladó al Clínico de Valencia. La policía tomó declaración al agresor y el juez de guardia lo dejó en libertad con cargos. El chaval, natural de Benicull, falleció días después en la habitación del hospital.
El muchacho argentino que, a principios de mes, era el tercer pasajero del vagón de los ferrocarriles de Cataluña en el que un macarra golpeó y vejó a una chica ecuatoriana se quedó sentado y miró para otro lado. Hizo muy mal, aunque de valientes están los cementerios llenos, también el de Benicull. Porque los malos siempre arrean primero que los buenos.
La actitud del joven impasible en el vagón es censurable, pero mucho menos que la de un sistema fiscal que ha quedado en pelotas ante los ciudadanos. Después de golpearla, tocarle un pecho y arrearle una patada en la cara -todo grabado por la cámara de seguridad del tren-, el macarra salió en libertad de los juzgados y comenzó a cobrar comisiones por entrevistas para las cadenas de televisión. La cara del ministro Bermejo era un poema cuanto ayer tuvo que explicar que el fiscal no había acudido a la testificación del macarra, pero que Conde Pumpido ya tomará cartas en el asunto y la Fiscalía se encargaría de que al agresor le cayera el pelo.
La gran mayoría hemos visto el vídeo o alguno de sus fotogramas reproducidos en los periódicos y hemos sentido un retortijón muy desagradable. Aunque el dolor más intenso lo produce saber que este es un país en el que miles de agresiones quedan impunes porque no las acompaña el escándalo mediático y la contrapropaganda de Bermejo.

Columna de La Voz de Galicia. Lois Blanco. 25 de octubre de 2007.

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