Ayer por la tarde me acerqué a una feria-outlet de ropa y complementos que se celebra estos días en la ciudad. La crisis ha llamado a la puerta de las firmas, de las tiendas y de los potenciales compradores y eso se ha notado, por ejemplo, en la inauguración de acontecimientos como éste, en los que se busca salida al negocio tocado por esos gráficos de portada que parecen rayos amenazadores.
Multitud de visitantes en busca de un buen precio y un buen producto y pocas bolsas saliendo del recinto, muy pocas. La gente ha empezado a ahorrar y sale para mirar, para tocar esas prendas que a priori ya sabe que no se va a llevar, para pasear y charlar mientras admira el mar que rodea nuestra ciudad con olas que, de momento, se llevan esas compras en muchas ocasiones innecesarias.
Paseando entre la multitud y entre el calor de las tiendas, el objetivo era diferente por mi escaso interés por estos mundos. Observaba con atención a las familias, a los abuelos probándose chaquetas tres tallas más grandes, a los dependientes que intentaban a toda costa atraer la atención hacia lo suyo, a los bebés que abrían los ojos y la boca sin entender nada de aquella marabunta a la que se veían sometidos sin desearlo. Allí el glamour del que se habla en las revistas desaparecía en forma de grito, en forma de colores y de llantos silenciosos.
Multitud de visitantes en busca de un buen precio y un buen producto y pocas bolsas saliendo del recinto, muy pocas. La gente ha empezado a ahorrar y sale para mirar, para tocar esas prendas que a priori ya sabe que no se va a llevar, para pasear y charlar mientras admira el mar que rodea nuestra ciudad con olas que, de momento, se llevan esas compras en muchas ocasiones innecesarias.
Paseando entre la multitud y entre el calor de las tiendas, el objetivo era diferente por mi escaso interés por estos mundos. Observaba con atención a las familias, a los abuelos probándose chaquetas tres tallas más grandes, a los dependientes que intentaban a toda costa atraer la atención hacia lo suyo, a los bebés que abrían los ojos y la boca sin entender nada de aquella marabunta a la que se veían sometidos sin desearlo. Allí el glamour del que se habla en las revistas desaparecía en forma de grito, en forma de colores y de llantos silenciosos.
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Los anónimos han venido en forma de spam solamente, durante estos últimos meses. Me veo obligada, por lo tanto, a bloquearlos.
Siento que tenga que ser así.
Gracias.