6 de julio de 2010

Miradas de mujer...

No olvidaré este retrato de una mirada. A ver si podéis contarme más cosas sobre la misteriosa mujer...

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Añado a día de hoy (7 de julio de 2010) una columna que menciona esta obra de 1883, titulada "Una desconocida", de Iván Kramskoi (1837-1887). Sin duda, atrae e intriga por esa expresión en el rostro con tanta fuerza....arrogancia, desprecio, incluso soledad...Creo que esta imagen ha sido protagonista de unas cajas de bombones rusos pero no estoy segura. Si encontrase estos dulces, los compraría para compensar tan duro sentimiento. He aquí una muestra de esa aparición de la mujer de paso firme que ya no se conforma con segundos o terceros planos.

Os dejo el artículo que he encontrado:

Encuentro sorpresivo con Ana Karenina

por Hugo Hiriart

Nueva York es cosa viva. Como todo lo vivo, muda. Como todo lo que muda, destruye y crea (que en esto consiste cambiar, algo viejo se destruye y algo nuevo se crea en su lugar). Así, cada vez que me ausento y regreso a la ciudad, me dispongo, a veces con cierta aprehensión, a levantar las actas de defunción. Esta vez cayeron muchos; los cierres que más me duelen, de cerca de mi casa, son el lugar que vendía revistas internacionales, la librería Applause, consagrada a teatro y cine, y la miscelánea Verdi, donde trabajaban mis amigos los Juanitos, buenas personas, indocumentados ambos, que hablaban entre ellos en náhuatl y cuyo paradero ignoro ahora por completo.

Las actividades siguen, sin embargo: en teatro, una divertida farsa con tres mimos ingleses (muy serios, como deben desempeñarse los payasos), o la película en la que un brillante Philip Seymour Hoffman representa a Truman Capote, despiadado y amoral, con un guión francamente deficiente. Esto entre otras muchas cosas, una de ellas, la exposición de arte ruso en el Guggenheim. De esta última quiero decir algunas cosas.

No puedo juzgar que fuera una mala exposición. Sólo por la redonda maravilla de los viejos iconos, uno de ellos, no el mejor, del célebre Andréi Rublev, valía la pena hacer el viaje. Los iconos, al mismo tiempo familiares y misteriosos, traspasados de inasible fervor.

O también figuraba en ella un cuadro realista de Surikov y otro del inmenso Ilya Repin, ese justamente célebre donde los boteros del Volga arrastran desde la orilla un barco y que ha venido a ser emblema del dolor del trabajo como opresión inhumana, casi como esclavitud.

Pero también estaba esperando por ahí, hermosa y vivaz, la gran Ana Karenina. Pueden verla en la ilustración, el cuadro de 1883 del pintor Iván Kramskoy. Este cuadro le trajo incontables problemas a Kramskoy, empezando porque el dueño de la galería donde él habitualmente exponía, que era algo así como su representante, juzgó que la mujer retratada, no identificada —el cuadro se titula "Mujer desconocida"— por el descaro de la mirada y el gesto, no podía ser una mujer decente, y era por tanto una prostituta, y se negó, por miedo a un escándalo, a exhibirlo. Y como reaccionó él, con esa gazmoñería, reaccionaron todos los demás burgueses. Parece mentira que una obra, de apariencia para nosotros tan inocente, haya sido objeto de estas apreciaciones adversas y condenatorias.

Sucede que por aquel tiempo Kramskoy había recibido la comisión de pintar un retrato del oso León Tolstoi. El conde estaba feliz, le había cobrado aprecio al pintor y conversaba largamente con él, mientras posaba o paseando por el parque de Yásnaia Poliana. Por aquellos días, Tolstoi batallaba escribiendo Ana Karenina, y en sus conversaciones le hablaba de la novela a Kramskoy. De suerte que el pintor, que trabajaba en el cuadro de la muchacha al mismo tiempo que en retrato de Tolstoi, insensiblemente fue poniendo en la muchacha del cuadro el atribulado encanto que muestra Ana en la novela. Y resultó esa maravilla de vivacidad que es el cuadro de la muchacha en el carruaje.

Tolstoi, por su parte, también retrató a Kramskoy: es un personaje de la novela, el pintor Mijailov.

En el cuadro, es notable la habilidad con que el pintor hace más claros los tonos de sepia del fondo que los del primer plano. El rostro de la muchacha nos parece a los espectadores del siglo XXI, más que descarado, arrogante. Ya nadie se atreve de pedir a una mujer una reserva modesta, un neutro segundo o tercer plano desde el cual atender las demandas del varón, y por tanto, ya no advertimos su descaro, pero sí la actitud retadora de alguien que se proclama, como esta muchacha en su gesto, difícil de contentar.

Fuente: Letras Libres

3 comentarios:

Náufrago dijo...

La mirada es quizá uno de los rasgos que más elocuentemente hablan y por supuesto, puede ser interpretada desde distintos ángulos.

Hay miradas francas, evasivas, ásperas, dulces, tímidas, altaneras, compasivas, severas, inquietantes, misteriosas, inexpresivas, amenazadoras y centenares más. No sé si la mirada es el espejo del alma, pero se le parece bastante.

Para el mirón que soy yo en este caso, encuentro a la señorita, entre segura de sí misma, mirando desde la altura de su carroza y su vestuario: ¿Mira al fotógrafo? ¿A algún paseante? Su gesto entre sereno y un tanto arrogante, no me invitaría a decirle: Bonzo ir, Madame! La miraría con la misma 'indiferencia'

NOTA: Tómese esta interpretación, como absolutamente personal. Puede verse también con ojos más benévolos. No me gusta que me miren desde lo alto.

El Náufrogo, de nuevo dijo...

Rectificación;

Ese 'Bonzo ir' Yo sé de dónde ha salido... Ese Bonzo quiso escribir 'Bonsoir' y alguien, sabidillo, se lo corrigió

Campurriana dijo...

Hay miradas que descubren el sentido de muchas sonrisas hipócritas. A mí tampoco me gusta que me miren desde lo alto, Náufrago.

Feliz tarde "furbolera" y que gane ESPAÑA!!!!