3 de marzo de 2011

El regreso de Dragó (dragoneando)


Hacía tiempo que no sabía nada de él. Por alguna extraña razón me gusta Dragó. Me cae bien. Admiro esa energía setentañera que tiene y admiro también esas ganas de vivir y de tocar las pelotas un poquito, sin ánimo de ofender, Señor Dragó; ya sabe que le aprecio y muestra de ello es el enlace que tengo en este saloncito desde que conocí su Dragolandia, su lengua bloguera más bífida (y dulce en ocasiones).

En la fotografía, su gato homenajeado una y mil veces. Seguro que se lo merecía por soportar a este hombre tantas horas seguidas sin apenas rechistar. Ahí, dormido al lado de un ordenador que dice  Don Fernando que no toca porque no sabe. No le creo Sr. Dragó. No le creo. Ya se lo había comentado en alguna ocasión...

Dejo aquí sus palabras publicadas recientemente en El Mundo

Fernando Sánchez Dragó
Torearé a mi aire. ¡Ojalá entren al trapo los enemigos! Sin ellos me quedo en nada. 


Home bitter home

 Lo de costumbre. Vuelvo a España, a Vandalia, a Tontalia (como la llama un amigo mío), para las deliberaciones y el fallo del premio de novela Azorín, del que soy jurado, y el país se me atraganta desde el primer momento.
    Más que nunca, quizá, porque vengo del mejor lugar del mundo (no me cansaré de repetirlo), donde he pasado varias semanas yendo de aquí para allá, de guest house en guest house, de cuneta en cuneta, de delicia en delicia, trashumando, gitaneando, curioseando, sin rumbo, dejándome llevar a la deriva por el fluir del Tao y el tictac del camino del corazón, tal como lo hacía en los gloriosos años 60, y el impacto ha sido formidable.
     No sólo España. También Europa. Las cabezas trocadas, los papeles invertidos… Lo que entonces era primer mundo ahora es el penúltimo. Sólo el Africa negra nos va a la zaga.
     He hecho escala en Frankfurt. ¡Dios mío! ¡Qué horror! ¡Qué modales! ¡Qué suciedad! ¡Qué caos! ¡Qué falta de sentido común! Todo eran colas, desorden, confusión, embotellamiento, caras adustas, instrucciones castrenses, inútiles medidas de seguridad, chabacanería, gentes obesas, instalaciones colapsadas, ventanillas deshabitadas, mostradores vacíos, retrasos, atropellos del decoro, abusos de autoridad, sumisa resignación de personas tratadas como si fuesen acémilas… En fin: Europa o la constante violación de la dignidad humana. Dime de qué presumes.
     Me han bastado doce horas para pasar de la primavera al frío, de la libertad al control, de la sonrisa al gesto agrio. Triple salto mortal. Sólo me consuela la certidumbre de que el próximo martes volaré a Bangkok y una semana después saltaré a Kioto para levantar la casa que hace un año puse allí, recuperar a mis gatos y abrir otra etapa de mi vida. El ancho mundo, a partir de ese instante, será mío.
     Me iré a Egipto, a Túnez, a Tokio, a Tanzania, a Madagascar, al sur de Marruecos, a Castilfrío (que no está en Vandalia, sino en el Tíbet) y, sobre todo, a Camboya, de nuevo, en octubre, cuando ceda el calor. Abrigo la firme, firmísima intención de pasar en ese país cinco meses al año, otros tres en la estepa numantina y el resto dando tumbos por el Africa negra, mayormente. Es la parte del mundo que peor conozco, pese a haber recorrido el sahel a fondo y de haber vivido dos años en Dakar y quince meses en Nairobi.
     Ése es el plan, sujeto a lo que salte, a lo que salga, a lo que irrumpa, a lo que flamee, al arbitrio de la danza de Siva, de la cuba de Dionisos, de la flauta de Pan, del fluir del Tao, del tictac del camino del corazón…
    Voy a cumplir setenta y cinco años. No puedo perder más tiempo. Quédense en sus mazmorras quienes tengan trabajo fijo, esa maldición que debería estar pohibida por ley… Yo me largo.
    Adiós, una vez más, aunque, como en el verso de Miguel Hernández, “me voy, me voy, me voy, pero me quedo”. Seguiré publicando columnas y artículos, seguiré en Dragolandia, seguiré interviniendo en el programa de radio de Buruaga, seguiré (supongo, aunque son ya siete años) al frente de Las Noches Blancas y, sobre todo, seguiré publicando libros. Hay uno, inminente, que recoge cuanto el Lobo Feroz ha dicho durante los tres últimos años en las páginas impresas de El Mundo.
     Hoy es miércoles. Sesión de control en las Cortes…
     ¿Control? ¿De qué me sonará esa palabra?
     Tengo la sensación de haber escrito mil veces este mismo artículo. España nunca cambia, y yo, tampoco.


Llama mi atención el último comentario de un Anónimo que leo a propósito de esta columna de Dragó.
Señor Dragó, me encuentro en un momento en el que deseo romper mis cadenas, el llamado trabajo fijo, y dedicarme a mis grandes pasiones. Dejar atrás esta sociedad y dejar volar mis sueños en el cálido aire de otros lugares... pero estoy esclavizado con una hipoteca, no tengo dinero, y además... soy un cobarde.

Si a alguien se le ocurre algo que decir...

5 comentarios:

Walruscoki dijo...

Buenas tardes.. disculpa mi atrevimiento.. la verdad no hace mucho generé un blog de opinión y pues estaba probando todo esto de hacer un comentario, podrías aceptar mi comentario para saber si se publicó..¡? porfavor..

Campurriana dijo...

Aceptado directamente. Y publicado.
Un saludo, Walruscoki.

Walruscoki dijo...

Gracias..

eres muy amable.. además tu blog es de lo más interesante.. felicidades

Douce dijo...

En este mundo borreguil en el que nos sumamos al rebaño para decir béeeee, en que todo pretende estar domesticado, lleno de preceptos, de leyes, imposiciones y vetos… encontrar a un hombre libre o que lucha por serlo, es una bocanada de aire fresco, que invita a ensanchar nuestro pecho encogido. Bienvenida sea la discrepancia, la peculiaridad, el ‘egotismo’ que no es lo mismo que egoísmo.

Le envidio con la más cochina de las envidias y le deseo que en Tinduff, en Túnez, en Bankok, en Tokio o Castilfrío siga siendo el Dragó que escandaliza a puritanos e irrita a los ‘letrados’. ¡Cuánto mejor respiraríamos si hubiera más Dragós y menos chupatintas!

VIVE, DEJA VIVIR, esa es la Vida

Campurriana dijo...

Al Sr. Dragó le encantaria escucharle, Náufrago. A mí también me ha gustado su discurso.

;)