27 de abril de 2011

Jugaste bastante, comiste romanamente, y bebiste: ¡tiempo de que te vayas!

DESPEDIDA CON SABOR A VERSO


Hace algún tiempo escribí esta entrada en el blog y ahora lo despedimos definitivamente.

He leído algo de su obra y me gusta. Me gusta mucho. Seguiré haciéndolo porque sus letras, ellas no, no han dejado de latir.

Dejo aquí dos de sus poemas y dejaré más en el saloncito de vez en cuando. No resulta indiferente su pensamiento plasmado en versos. Vosotros diréis...

Las mujeres vacías
Pasan el día pintando otro cuerpo
sobre su cuerpo, sudan
pintura con partículas de sangre
mezclada a su belleza.

Menos que meretrices, más que vacas,
merecen un establo
donde haya cien corridas de mujeres
en cuatro patas, con las ubres sueltas.

Estas fueron las bellas de otros días,
las que engañaron y mintieron
con sus hoyos tapados por la mugre
de la inocencia a precio de oro.

Abortaron en carne y en espíritu,
por la orina y el vómito,
por la boca, el ombligo, las orejas.
Se les salía todo, menos algo.

Menos ese vacío que era todo:
el ocio delicado,
la sonrisa mordida por el vicio,
el cráter del perfume de sus piernas.

De un millar de doncellas acostadas,
hay quinientas vacías
que viven el honor de las preñadas
por el hombre o el sol del sacrificio.

La mujer ha de estar llena de cosas
como la misma tierra,
por el trabajo o el amor, guardando
las pasiones del hombre.

Pero el mundo está lleno de mujeres vacías,
después y antes del parto,
y la muerte es también una mujer vacía.
Escupamos su rostro y su recuerdo.


De La miseria del hombre, 1948.

El dinero
Yo me refiero al río donde todos los ríos desembocan,
al gran río podrido,
donde vienen a dar nuestros pulmones que hemos criado para el aire,
al río coagulado que lleva en su corriente sanguínea los despojos
de nuestra libertad: todas las rosas
en sus alcantarillas comerciales,
las rosas del placer y de la dicha, las rosas de una noche
que se abrieron a todos los sentidos,
depositadas hoy en las aguas viscosas, donde las siete plagas
nos manchan y nos muelen, nos consumen, nos comen
con sus dientes inmundos bajo el beso y la risa del encanto.

El río entra en nosotros,
y nosotros entramos en el río.
Es una guerra a muerte, como la del microbio
que nos roba el color de nuestra sangre,
a cambio del sustento con que nos embrutece, y nos permite
unas horas de amor después de la fatiga del trabajo.

Cuando al amanecer saltamos al abismo
desde el confort caliente de nuestros blancos lechos,
y ponemos los pies sobre las cosas,
abrimos la ventana para mirar el cuerpo
de nuestra realidad, y antes que salga el sol
sale para nosotros la lividez del río,
el aliento malsano del río de la muerte
que nos cobra intereses por velar nuestra noche.

Por las noches, las prostitutas lo enriquecen,
los criminales que entran a casa de sus víctimas
con la muerte en los ojos, los avaros que creen
aprovecharse de él, y son las pobres pústulas
de este infinito río reventado
como llaga monstruosa.

Todos los miserables contribuyen
al desarrollo, al crecimiento informe
de este charco sin término.

Los Bancos y los Templos abren sus grandes puertas
para que pase el río.
Todo se normaliza para que el río reine sobre vivos y muertos
y de todos los ojos que corren por las calles
sale el color maligno de su agua purulenta,
y de todas las bocas sale el olor del río.

Comemos, trabajamos por el honor del río
y el día que morimos, nuestra mísera sangre
es devorada por el río,
y nuestros duros huesos que parecían dignos de la tierra
también sirven al río
como otros tantos testimonios
de su poder, que pone blandas todas las cosas.

¿Cómo parar su cauce envenenado,
cómo cortar las grandes arterias de este río
para que se desangre de una vez, y eche abajo
las tiendas y los tronos
que vive construyendo sobre nuestra miseria?

Pero no lo gritemos. Que él sabe nuestra suerte,
él es la institución y la costumbre,
él vence los regímenes, demuele las ideas,
él mortifica al pobre, pero revienta al rico
cuando no se somete a lamer su gangrena,
él cobra y paga, sabe lo que quiere
porque es la encarnación de la muerte en la tierra.


De La miseria del hombre, 1948.



4 comentarios:

Douce dijo...

Debo confesar, y lo confieso, que no conocía a Don Gonzalo. Me enteré el otro día cuando supe algo de él y me gustó.

Hay que ver qué hermosuras se pueden crear colocando en su sitio exacto las palabras y al mismo tiempo dibujar con ellas un paisaje de sentimientos/pensaciones...

Gracias, Campu

Campurriana dijo...

Náufrago, yo lo conocí gracias a Carmen (Carmensabes). Me sedujo su obra desde el primer momento. Siento que personas que pueden crear tales pensaciones se vayan. Queda, como siempre decimos, su huella en un mundo tan necesitado de poesía inteligente. Tan necesitado de versos...

Juan Nadie dijo...

Gran poeta. "El poeta del asombro", decía de sí mismo.

Campurriana dijo...

Sin duda lo produce, Juan.