6 de junio de 2011

Más indignados...


Me voy a permitir el lujo de "robar" al blog del Mendiguiño esta entrada. He elegido, entre la serie, esta preciosa fotografía del movimiento que da esperanza a las calles antes solitarias. De nuevo se han abierto las plazas y aún quedan personas que hablan de sus ilusiones, y que escuchan...

No sé por qué pero me emociona verlo. Quizá por la esperanza...


Y como hoy Campu no quiere "trabajar", se ha dedicado a leer blogs amigos. En este caso el de Ángel, que nos ha llevado a una columna interesante en su esencia. Bajo una manta de letras transmite lo que ya hemos escuchado pero necesitamos escuchar una y mil veces más.

Os dejo esa Hora de despertar de Antonio Muñoz Molina

He pensado desde hace muchos años, y lo he escrito de vez en cuando, que España vivía en un estado de irrealidad parcial, incluso de delirio, sobre todo en la esfera pública, pero no solo en ella. Un delirio inducido por la clase política, alimentado por los medios, consentido por la ciudadanía, que aceptaba sin mucha dificultad la irrelevancia a cambio del halago, casi siempre de tipo identitario o festivo, o una mezcla de los dos. La broma empezó en los ochenta, cuando de la noche a la mañana nos hicimos modernos y amnésicos y el gobierno nos decía que España estaba de moda en el mundo, y Tierno Galván -¡Tierno Galván!- empezó la demagogia del político campechano y majete proclamando en las fiestas de San Isidro de Madrid aquello de “¡ El que no esté colocao que se coloque, y al loro!” Tierno Galván, que miró sonriente para otro lado, siendo alcalde, cuando un concejal le trajo pruebas de los primeros indicios de la infección que no ha dejado de agravarse con los años, la corrupción municipal que volvía cómplices a empresarios y a políticos.

Por un azar de la vida me encontré en la Expo de Sevilla en 1992 la noche de su clausura: en una terraza de no sé qué pabellón, entre una multitud de políticos y prebostes de diversa índole que comían gratis jamón de pata negra mientras estallaban en el horizonte los fuegos artificiales de la clausura. Era un símbolo tan demasiado evidente que ni siquiera servía para hacer literatura. Era la época de los grandes acontecimientos y no de los pequeños logros diarios, del despliegue obsceno de lujo y no de administración austera y rigurosa, de entusiasmo obligatorio. Llevar la contraria te convertía en algo peor que un reaccionario: en un malasombra. En esos años yo escribía una columna semanal en El País de Andalucía, cuando lo dirigía mi querida Soledad Gallego, a quien tuve la alegría grande de encontrar en Buenos Aires la semana pasada. Escribía denunciando el folklorismo obligatorio, el narcisismo de la identidad, el abandono de la enseñanza pública, el disparate de un televisión pagada con el dinero de todos en la que aparecían con frecuencia adivinos y brujas, la manía de los grandes gestos, las inauguraciones, las conmemoraciones, el despilfarro en lo superfluo y la mezquindad en lo necesario. Recuerdo un artículo en el que ironizaba sobre un curso de espíritu rociero para maestros que organizó ese año la Junta de Andalucía: hubo quien escribió al periódico llamándome traidor a mi tierra; hubo una carta colectiva de no sé cuantos ofendidos por mi artículo, entre ellos, por cierto, un obispo. Recuerdo un concejal que me acusaba de “criminalizar a los jóvenes” por sugerir que tal vez el fomento del alcoholismo colectivo no debiera estar entre las prioridades de una institución pública, después de una fiesta de la Cruz en Granada que duró más de una semana y que dejó media ciudad anegada en basuras.

El orgullo vacuo del ser ha dejado en segundo plano la dificultad y la satisfacción del hacer. Es algo que viene de antiguo, concretamente de la época de la Contrarreforma, cuando lo importante en la España inquisitorial consistía en mostrar que se era algo, a machamartillo, sin mezcla, sin sombra de duda; mostrar, sobre todo, que no se era: que no se era judío, o morisco, o hereje. Que esa obcecación en la pureza de sangre convertida en identidad colectiva haya sido la base de una gran parte de los discursos políticos ha sido para mí una de las grandes sorpresas de la democracia en España. Ser andaluz, ser vasco, ser canario, ser de donde sea, ser lo que sea, de nacimiento, para siempre, sin fisuras: ser de izquierdas, ser de derechas, ser católico, ser del Madrid, ser gay, ser de la cofradía de la Macarena, ser machote, ser joven. La omipresencia del ser cortocircuita de antemano cualquier debate: me critiacan no porque soy corrupto, sino porque soy valenciano; si dices algo en contra de mí no es porque tengas argumentos, sino porque eres de izquierdas, o porque eres de derechas, o porque eres de fuera; quien denuncia el maltrato de un animal en una fiesta bárbara está ofendiendo a los extremeños, o a los de Zamora,o de donde sea; si te parece mal que el gobierno de Galicia gaste no sé cuántos miles de millones de euros en un edificio faraónico es que eres un rojo; si te escandalizas de que España gaste más de 20 millones de euros en la célebre cúpula de Barceló en Ginebra es que eres de derechas, o que estás en contra del arte moderno; si te alarman los informes reiterados sobre el fracaso escolar en España es que tiene nostalgia de la educación franquista.

He visto a alcaldes y a autoridades autonómicas españolas de todos los colores tirar cantidades inmensas de dinero público viniendo a Nueva York en presuntos viajes promocionales que solo tienen eco en los informativos de sus comarcas, municipios o comunidades respectivas, ya que en el séquito suelen o solían venir periodistas, jefes de prensa, hasta sindicalistas. Los he visto alquilar uno de los salones más caros del Waldorf Astoria para “presentar” un premio de poesía. Presentar no se sabe a quién, porque entre el público solo estaban ellos, sus familiares más próximos y unos cuantos españoles de los que viven aquí. Cuando era director del Cervantes el jefe de protocolo de un jerarca autonómico me llamó para exigirme que saliera a recibir a su señoría a la puerta del edificio cuando él llegara en el coche oficial. Preferí esperarlo en el patio, que se estaba más fresco. Entró rodeado por un séquito que atascaba los pasillos del centro y cuando yo empezaba a explicarle algo tuvo a bien ponerse a hablar por el móvil y dejarnos a todos, al séquito y a mí, esperando durante varios minutos. “Era Plácido”, dijo, “que viene a sumarse a nuestro proyecto”. El proyecto en cuestión calculo que tardará un siglo en terminar de pagarse.

Lo que yo me preguntaba, y lo que preguntaba cada vez que veía a un economista, era cómo un país de mediana importancia podía permitirse tantos lujos. Y me preguntaba y me pregunto por qué la ciudadanía ha aceptado con tanta indiferencia tantos abusos, durante tanto tiempo. Por eso creo que el despertar forzoso al que parece que al fin estamos llegando ha de tener una parte de rebeldía práctica y otra de autocrítica. Rebeldía práctica para ponernos de acuerdo en hacer juntos un cierto número de cosas y no solo para enfatizar lo que ya somos, o lo que nos han dicho o imaginamos que somos: que haya listas abiertas y limitación de mandatos, que la administración sea austera, profesional y transparente, que se prescinda de lo superfluo para salvar lo imprescindible en los tiempos que vienen, que se debata con claridad el modelo educativo y el modelo productivo que nuestro país necesita para ser viable y para ser justo, que las mejoras graduales y en profundidad surgidas del consenso democrático estén siempre por encima de los gestos enfáticos, de los centenarios y los monumentos firmados por vedettes internacionales de la arquitectura.

Y autocrítica, insisto, para no ceder más al halago, para reflexionar sobre lo que cada uno puede hacer en su propio ámbito y quizás no hace con el empeño con que debiera: el profesor enseñar, el estudiante estudiar haciéndose responsable del privilegio que es la educación pública, el tan solo un poco enfermo no presentarse en urgencias, el periodista comprobando un dato o un nombre por segunda vez antes de escribirlos, el padre o la madre responsabilizándose de los buenos modales de su hijo, cada uno a lo suyo, en lo suyo, por fin ciudadanos y adultos, no adolescentes perpetuos, entre el letargo y la queja, miembros de una comunidad política sólida y abierta y no de una tribu ancestral: ciudadanos justos y benéficos, como decía tan cándidamente, tan conmovedoramente, la Constitución de 1812, trabajadores de todas clases, como decía la de 1931.

Lo más raro es que el espejismo haya durado tanto.

11 comentarios:

alfonso dijo...


· Tal vez sea de lo mejor que nos has traído a tus páginas. Felicidades por tu buen criterio seleccionador.
Una puntualización al texto de AMM. Se extraña, al final, de que el espejismo haya durado tanto. A mi parecer, sigue durando, que este pueblo embrutecido por teles basuras y de las vísceras no acaba de despertar. Panes et Circenses, eso es todo.

· bicos

CR & LMA
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Juan Nadie dijo...

Nos alegra que te unas a los tabernícolas :-)

Angel Corrochano dijo...

Este artículo es francamente bueno, deberíamos memorizarlo y hacer autocrítica, además de seguir indignados ...
La foto representa esa esperanza que mueve a la gente estos días.
Gracias pro enlazarme.
Un abrazo

Jota Ele dijo...

Después de leer con atención el artículo de Antonio Muñoz Molina, no tengo por menos que suscribir cuanto dice palabra por palabra, coma por coma y punto por punto.

Sin embargo, veo que eres proclive al llamado "Movimiento del 15-M" o a los "Indignados" y aquí sí quisiera matizar.

Podría estar de acuerdo en algunas, incluso en muchas de sus quejas. No lo estoy, no obstante, con la inmensa mayoría de sus "propuestas", que no pasan de ser utópicas y meros deseos irrealizables, sin duda manipulados por una izquierda que ha pretendido obtener réditos electorales y, al no conseguirlos, se empecina en fomentar, financiar y apoyar un "movimiento" que se ha convertido en una algarada nauseabunda.

Menos puedo estar de acuerdo en las formas.

Sólo hay que pasearse por la Puerta del Sol para comprobar en qué se ha convertido esta "cosa".

Ratas, piojos, chinches, basura, inmundicia, agresiones sexuales, droga al por mayor, preservativos para "sexo seguro" en plena Puerta del Sol, ruina de los comerciantes que están empezando a despedir a sus empleados por imposibilidad de mantener sus negocios, peleas, amenazas y toda clase de lindezas amparadas y apoyadas por un gobierno culpable por no decir algo mucho más grave.

Resulta curioso que los convocantes quieran "limpiar" el país, viviendo en un estercolero, un poblado chabolista innombrable.

¿Es este el país que quieren, que queréis? Si es así, Parad que yo me bajo de forma inmediata.

Se pide respeto para este "movimiento". Parece olvidarse que para ser respetado, lo primero es respetar a los demás.

Así que, lo único que tengo que decir es...

¡¡¡QUE LOS ECHEN YA!!!

Douce dijo...

Hemos vivido en las 'nubes' o al menos eso hemos creído.
Tanto hemos subido que ni siquiera nos creemos que estamos en un pozo, bastante hondo. Y lo que te rondaré...

Sólo los que padecen los efectos en su alma y sus cuerpos pueden gritarlo y no lo 'oímos'

Campurriana dijo...

Jota Ele, respeto tu opinión aunque no la comparta (en parte).

Yo creo en un movimiento que ha supuesto una llamada de atención a un país y a sus políticos y también pienso que muchas propuestas que se han expuesto son, efectivamente, difícilmente realizables pero por el sistema que ya hemos "asumido" desgraciadamente apenas sin rechistar.

Los medios manipulan las noticias a su antojo...nos muestran chabolas, delitos sexuales, rastas llenas de piojos...pero yo miro más allá y me quedo con la indignación que habita silenciosa en las casas de todos los que no sean "familiares de" beneficiados o con aquélla que sale a la calle para intentar, al menos, denunciar su impotencia ante tanto ladrón.

Desgraciadamente, lo veo muy complicado ese objetivo propuesto a priori. La gente se mueve de veras cuando la tocan de cerca, cuando la hieren de verdad, cuando sufre una situación penosa en sus propias carnes...y ahí, cuando se llega a ese límite, ya no valen los buenos modos. Somos así.

No quiero repetirme porque en anteriores entradas he expuesto algunas de mis opiniones al respecto. Sólo deseo terminar añadiendo que la náusea me la provocan a mí los medios, los partidos políticos, los interesados sean de la calaña que sean...

Campurriana dijo...

Ñoco, te doy toda la razón. Pan y circo...y no sé si decirte que Circo y pan...

Juan, me alegro de haberos conocido...

Ángel, la fotografía representa a esa generación "mayor" que también vive indignada y a la "menor" que aún no sabe dónde se ha metido...Me ha parecido muy buena.

Náufrago, tu pensamiento lo comparto. No lo oímos...no queremos oírlo mientras no nos toque de lleno...

The Doll dijo...

Efectivamente, la semilla se plantó y ha empezado a crecer pero ahora, se necesita canalizar toda esa pasion, esa rabia, esa indignacion para que no se diluya, si no, no habra servido para nada, ahora se necesita algo mas tangible, que haga crecer la gran idea.
saludos
The Doll

José Núñez de Cela dijo...

Leí hace poco el artículo, me parece fantástico y lúcido. La foto emociona sí. Las dos cosas juntas transmiten una mezcla de esperanza, reflexión triste y esperanza!.

Saludos

PABLO JESUS GAMEZ RODRIGUEZ dijo...

Suscribo.

Un abrazo y feliz fin de semana!

Campurriana dijo...

The Doll, ahí está la clave.

José, reflexión triste pero manteniendo esa esperanza que nunca debería perderse. Sin ilusión, una sociedad se convierte en Nada.

Cornelivs, feliz fin de semana a ti también.