14 de febrero de 2009

Confesión "ingenua"

A ver qué opináis sobre este tema que lanza al aire Fernando Sánchez Dragó que, curiosamente, tiene un blog abierto al mundo en este pequeño espacio virtual en el que nos encontramos todos...

DRAGOLANDIA: Confesión ingenua

No entiendo a los blogueros. Me dirán que yo también lo soy. Cierto, lo soy, si por bloguero se tiene a quien escribe un blog, pero me refería a otro tipo de personas. Llamo yo blogueros a quienes comentan por escrito lo que escribe el autor de un blog. Es eso lo que no entiendo.

¿Por qué lo hacen? Yo nunca lo haría (tampoco abandonaría a mi perro y, menos aún, a mi gato). ¿Por qué se toman la molestia? ¿No es ya bastante engorrosa, en sí, la vida cotidiana como para que, encima, dediquemos parte de nuestro tiempo a comentar la opinión ajena?

Soy lector y escritor empecinado. Paso muchas horas al día leyendo y escribiendo. Doce, como mínimo. Me estremezco al pensar en lo que se convertiría mi vida si me dedicara a apostillar por escrito lo que leo. La prensa, por ejemplo. O lo que escucho en la radio, aunque rara vez la escuche. O lo que veo en la tele, aunque casi nunca la encienda.

No daría abasto. No podría leer casi nada, y escribir, tampoco. No digamos hacer otras cosas. La lectura de tan solo un par de páginas de cualquier periódico me proporcionaría mecha suficiente para teclear comentarios dirigidos al columnista, articulista o editorialista de turno durante varias horas.

De verdad: no lo entiendo.

Los comentarios de los blogueros suelen ser, por lo poco que de ellos se me alcanza, altamente emotivos. Son elogiosos, los menos, o insultantes, los más. ¿Qué pretenden? ¿A quién se dirigen? ¿Al autor del blog o a quienes lo leen y, acaso, lean también lo que ellos envían? ¿Lo hacen por vanidad -la de ver sus opiniones en letras de molde, aunque en puridad no lo sean las de internet- o lo hacen, quienes insultan, simplemente por fastidiar? Ya son ganas.

Me recuerdan los últimos a esos idiotas que se cruzan con un conocido por la calle y le espetan: ¡qué mala cara tienes! O bien: ¡qué envejecido te veo!

Mis blogueros deberían saber, porque es notorio, que yo nunca entro en este blog ni tampoco en el que existe, al parecer, en mi página web. Es más: nunca he visto ésta. Bueno, nunca, no. Una vez le eché una miradita de soslayo, de pie yo junto a una esquina de la mesa, y en cosa de un par de minutos me fui.

El responsable de esa página, que es uno de mis más estrechos y por mí apreciados colaboradores, me pasa de vez en cuando los mensajes, muy pocos, no más de media docena al mes, cuyo contenido, a su juicio, debo conocer.

Tampoco es del todo exacta la afirmación de que nunca leo lo que los lectores de Dragolandia cuelgan en la puerta trasera de este blog. Lo he hecho, distraídamente, en tres o cuatro ocasiones y, por lo general, en momentos tontos de esos que te pillan con la guardia baja en habitaciones de hotel de ciudades de provincias a las que has ido para dar una conferencia y mientras esperas a que los anfitriones te recojan.

¿Excepción? Una. Leí con mucha atención los comentarios recibidos a raíz de la trágica muerte de Soseki, y los agradecí, a veces con lágrimas en los ojos, porque eran emocionantes, y pedí que me los imprimieran (yo no sé hacerlo) para incorporar algunos al libro que estoy escribiendo. Pero era, a todas luces, y sombras, una circunstancia excepcional.

A lo que iba: si saben que yo no leo mi blog, ¿por qué envían comentarios? Y aunque lo leyese… ¿Entablan, acaso, correspondencia entre ellos? ¿Nacen y mueren, al arrimo de sus mensajes, amores, noviazgos, matrimonios, amistades, enemistades, qué sé yo?

Y seguiré sin saberlo, porque tampoco hoy entraré en mi blog.

No se enfaden conmigo. No interpreten mal el propósito de mis palabras. No hay desdén en ellas. Sólo hay perplejidad y, como dije al principio, ingenuidad.

Nací hace setenta y dos años. Soy de otra época. Mi mundo no es de este reino.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola, Campurriana
He de decir que Sánchez Dragó me gusta y a veces me repatea. Pero me quedo con lo primero, el resto lo dejo para él ya que, al parecer, disfruta con ello. S.D. es un ‘egotista’, él lo reconoce y se siente orgulloso de ello. El egotismo, según el ‘Casares’ “es una práctica viciosa de dar una excesiva importancia a cuanto atañe a su persona”. Lo único que rechazo de esa definición es el adjetivo ’viciosa’, porque cada uno es libre de ‘dar la importancia que quiera a su persona’. También los demás son libres de estimar si es excesiva o no.

Estoy en parte de acuerdo con lo que dice de los que llama ‘blogueros’: los halagadores de oficio y los que sólo saben escribir para soltar su mala baba. Pero si uno escribe sólo para sí mismo huelga que publique lo que escribe. Es cierto que uno escribe en principio para sí, para expresar lo que siente, le emociona o le desagrada, para crear si es posible y desahogarse. Escribimos, o deberíamos, para ‘comunicarnos’. Para sentirnos queridos o razonablemente criticados.

A pesar del título de su entrada, su confesión no es nada ‘ingenua’. En mi opinión Dragó es así de contradictorio y lo hace adrede. Le gusta ser 'diferente', 'distinto' y le gusta subrayarlo. Le gusta ‘provocar’ y su íntimo deseo parece ser que se hable de él, aunque sea para maldecirle.

No escribiré este comentario en su blog, porque me gusta ser leído. No me gustan los halagos gratuitos, como me disgustan las críticas sin fundamentos. En esos casos, prefiero el silencio.

De todas formas, Fernando, desde aquí, ya que haré comentarios en tu blog, puedo decir que te aprecio

Anónimo dijo...

ERRATA: En el último párrafo del comentario anterior, donde dice " ya que haré comentarios en tu blog"

Quería decir "ya que NO haré comentarios en tu blog"

Campurriana dijo...

Náufrago, a mí también me gusta Sánchez Dragó y por eso quiero tenerle cerca por lo menos de una forma virtual, que no es poco. Me atrae esa forma de escribir, esa energía que no ha perdido con los años, ese entusiasmo por teclear interesantes opiniones y pensamientos aunque con ellos no esté de acuerdo o sí lo esté. Me gusta la gente que se mueve, que respira, que critica y que provoca de una forma inteligente, constructiva. Está claro que la curiosidad que suscita también es suya, que se acerca más a los lectores de lo que dice en su entrada ingenua, que es menos duro de lo que desea aparentar, que es más persona y menos personaje. Le pido que siga viajando, que siga escribiendo y que siga hablando con ironía fresca. A pesar de todo, a mí me gusta Sánchez Dragó. Un aplauso desde aquí hacia Dubai. Creo que hoy andaba por esos lares...