25 de septiembre de 2009

El Gato más Negro de Santiago de Compostela y la Gran Antilla de La Coruña...



¿Quién no se ha sorprendido últimamente cuando tras el mostrador de una tienda o a la mesa de una taberna o restaurante le han tratado correctamente, en calidad de cliente-que-PAGA?

Campurriana está muy enfadada porque cada vez está más convencida de que se ha perdido totalmente la profesionalidad a la hora de ejercer un trabajo que implica cercanía con el cliente-que-PAGA. Si hay algo que no soporto es ese momento favor que creen que están haciendo algunos, olvidándose de que si no fuese por nuestro dinerito poco futuro tendrían por la inutilidad que demuestran en cada una de sus actitudes, y ya no sólo me estoy refiriendo a los que interpretan el papel sin ningún interés por lo que hacen, sino también a los que los contratan por cuatro duros (ahora estoy pensando que quizá los primeros no merezcan más aunque no se lo hayan preguntado todavía). La gente no quiere trabajar, o ésa es la impresión que encuentro cada vez que salgo a la calle para entrar en una pastelería o en una taberna, por poner un ejemplo.

Malas caras, prisas, coge el dinero y corre (sirve la consumición y echa a tu cliente acto seguido), mala o pésima educación de grado básico. Ayer, precisamente, tuvimos que aguantar más que eso en uno de los bares más conocidos de Santiago de Compostela. Tienen suerte porque un gran porcentaje de sus clientes son turistas que nunca regresarán a la ciudad y, de momento, la catedral sigue siendo la gallina de los huevos de oro para muchos. Incluso para los más incompetentes.

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