Lloraba como lloran los ríos de Galicia en un invierno duro. La vida se había convertido para él en algo insoportable. Permanecía encerrado entre las cuatro paredes de su pequeña habitación las largas horas del día, agarrado fuertemente al suave cojín de punto que le acompañaba desde su infancia. Era lo único en lo que confiaba; en aquel viejo cojín que representaba el amor de una abuela con manos pequeñas y corazón muy grande, y que lo cuidó durante los primeros años de una vida marcada por el abandono; por la tragedia derivada de esta soledad impuesta, injusta.
Lloraba como lloran los ríos gallegos cuando caen abundantes desde precipicios al mar infinito; como lloran realmente los ojos de los abandonados.
¿Qué decir, Campu?
ResponderEliminarLos lloros, el cojín de la abuela, el abandono, los ríos gallegos, sus ojos...
Pensando...
Galicia se liga tantas veces a sentimientos de nostalgia, de lúgubre tristeza... Me gusta eso de Galicia. La hace mágica, especial.
ResponderEliminarLo contrario...también me gusta.